miércoles, 9 de enero de 2013

LOS PRIMEROS CINCO MINUTOS....

No es fácil tomar  un tren en marcha ni coger el hilo de una conversación ya iniciada, ni situarse en el proceso de un discurso del que no se ha oído el comienzo.
Si soy invitado a casa de unos amigos, me las arreglo para no llegar después del aperitivo.
Si asisto al teatro, me gusta estar instalados antes de que suba el telón, ambientarme en mi butaca, en la sala, con mis vecinos.
Si voy a un concierto, me gusta oír cómo el primer violín da el la, cómo todo se organiza y cómo se pasa de la cacofonía al silencio y del silencio a la música.
Si voy al cine, echo peste contra los que pasan por delante de la pantalla y me impiden ver las primeras imágenes (¡son tan importantes!).
Si conecto la televisión para escuchar el telediario me fastidia perderme el anuncio inicial de las noticias más importantes del día. O que, mientras la intento escuchar, otros hablen y me impidan  enterarme.
En todas partes, siempre, cuando hay diversas personas que se reúnen para formar asamblea y para llevar a cabo algo que aprecian, es muy importante el primer momento, los primeros cinco minutos.
¿Y en nuestras iglesias? En nuestras iglesias suele ocurrir todo lo contrario. La gente llega tarde, se empieza sin silencio, como si no importara lo que se hace y se dice.
Pero conozco una iglesia en la que todos los bancos están ocupados casi un cuarto de hora antes del inicio de la misa: las personas se saludan, los niños corren un poco por todas partes, el sacerdote  se mueve a lo largo de la nave, se encienden los cirios, se colocan las flores, la música de interiorización suena de fondo, se comprueban los micros, se distribuyen las hojas de cantos, los lectores repasan las lecturas, el pueblo se dispone a cantar las respuestas.
Por nada del mundo me perdería la asistencia a este tiempo antes del comienzo.
¡Bienaventurada esta iglesia! ¡Bienaventurados vosotros si pertenecéis a una comunidad que valore los primeros cinco minutos!

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